No sé si todas las verdades duelen, pero sé que escuchar la
verdad sobre ti misma es una forma especial de dolor, muy parecido a que te
golpeen con un martillo hidráulico.
Pero en medio del dolor intenso sientes que tienes un peso
menos encima y el dolor disminuye. En medio del dolor, nace una conciencia
sobre tu persona que antes no estaba ahí, porque pasamos la vida entera engañándonos
con nociones de uno mismo que son tan falsas como las tetas de cualquier actriz
porno. Y así de grandes.
Así, pues, que te digan que eres una mala persona es
liberador. Dejas de engañarte pensando que eres… normal, amable, paciente. No sé, alguien ‘decente’.
Y ni eso: eres egoísta, sarcástica al punto de la crueldad, una molestia
insufrible, anti social, demandante, holgazana;
tienes un poquito de bastarda y mucho de perra, et cetera, et cetera.
Siendo ese el caso, no te queda más que abrazar esa verdad, más cuando buscas la
respuesta a qué hacer con tu vida en un test vocacional (y ese es solo un
signo, una predicción, de cómo te estás yendo a la mismísima mierda).
¿Y no podrías intentar
cambiar y dejarte de tanto drama?, pregunta uno de mis yo internos. Respuesta: ¿qué iré yo a saber? En serio. Mi
táctica es aparentar que sí soy decente y pretender que se me va a aceptar tal
cual, y bla bla bla. Realmente, no sabes si vale la pena, y las ganas de
intentarlo, que tratas de sacar de adentro, son tan elusivas como un unicornio.
¿Funciona? Pues no. Al final no
engañas a nadie, y estás tal cual como naciste y como morirás: sola.
En
conclusión: you suck, ergo, you should suck it up and get over it.
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